En un día gris y húmedo, los pajaritos buscaban el árbol perfecto para refugiarse, y los animales de tierra se escondían en sus guaridas mientras el cielo lloraba.
El arcoiris detrás de la montaña estaba ansioso por salir y mostrar sus colores al mundo, sin embargo las nubes grises no permitieron que él saliera.
—¡Ustedes pudieron mostrar sus grises en el cielo! ¡Yo también deseo mostrar mis colores!
—No puedes —dijeron las nubes molestas— tus colores no hacen ningún bien al mundo, de nosotras desciende agua y alimentamos la tierra ¿Tú en que ayudas? —le reprocharon al arcoiris mientras se reían—.
El arcoiris se puso triste y perdió sus colores. Ese día no paró de llover.
En la noche el arcoíris le lloró a la luna llena y ella le cantó:
—Pequeño, no llores más,
no pierdas tu color,
tampoco tu valor
por lo que te digan los demás.
Tranquilo, mañana saldrás
Si le pides ayuda al gran sol —al instante, el pequeño arcoiris se durmió—.
A la mañana siguiente, desde la cima de la montaña tapada por la niebla, el arcoiris llamó al sol.
—¿Dónde estás, gran sol? ¿Por qué no vienes a ayudarme? —gritó con todas sus fuerzas pero la estrella gigante de fuego no respondió— Estoy solo...
—¿Acaso estás demente? —le dijeron las nubes en tono burlón— Nadie vendrá a ayudarte, el gran sol está muy lejos.
En ese momento empezó a soplar muy fuerte el viento, pero no era por la misma tormenta, era un ventarrón que quería alejar las nubes grises de allí, y poco a poco fue apareciendo una luz entre ellas.
—¡Gran Sol! —gritó entusiasmado el arcoiris—.
Sin darse cuenta, el pequeño arcoiris empezó a elevarse.
Desde abajo, los animales salían de sus cuevas porque había terminado la lluvia, alzaban sus miradas al cielo y admiraban los brillantes colores que irradiaban de aquel arcoiris, ya no tan pequeño.
Cuento escrito por Mabel Calderón @rimoconpapel.
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