Detrás de la armadura
La tarde soleada del dos de agosto del año 2020, Bélgica me invitó a su casa a tomar un té, comer tostadas con chocolate, y recitar algunos poemas. Aún recuerdo el olor del eucalipto en la entrada de su hogar, además de su sonrisa cálida al recibirme, era tan calentita como sus infusiones.
Dura,
fuerte, estricta, y superviviente, así es como todos vemos a la psicóloga, y
apasionada por la gastronomía, Bélgica Guerrero. En esta sección de EntreLetras
hablamos con ella para escucharla, conocerla, y vivir cada detalle de su
historia.
Se define a sí misma como una persona agridulce “un linaje, una mezcla de una mujer dulce; pero que la vida la ha
hecho madurar, ahí está lo agrio”.
En plena adolescencia atravesó por la difícil pérdida de su madre, obligándola a
llevar el control de su cobijo, siendo el principal pilar para mantener firme
su hogar.
“Desde
los nueve años ya llevaba las cuentas bancarias, y a los 16 años cuando muere
mi madre me convertí en la jefa de la casa” añadió Bélgica con carácter en su
voz, quien cuidó a su padre enfermo por demencia senil por 18 años, y a su
hermano que perdió la batalla contra el cáncer; aun así, no se percibe como una
víctima de la realidad y sus circunstancias, ni mucho menos como una “sobreviviente”,
sino como un propósito que Dios puso en su vida depositando en su corazón las
herramientas suficientes para batallar, luchar, y convertirla en la mujer
valiente que hoy es.
Una niña decidida a crecer
Entre
libros, manualidades, y música, así pasó la niñez de Bélgica Rebeca Milagro,
una niña nacida el 03 de mayo de 1986, con un nombre particular y repleto de
significado “Mi mamá me puso Bélgica porque ella amaba ese país aunque nunca
pudo ir; Rebeca por la historia de la biblia; y Milagro porque eso fui, mi madre
perdió un bebé y estuvo tres años paralítica, era algo imposible, pero luego de
eso me tuvo a mí, fui un milagro” me comentó mientras sus ojos brillaban y el
humo del té se elevaba, algunos grillos empezaron a cantar durante la charla y
las estrellas empezaban a aparecer.
La
Bélgica emprendedora nace cuando tenía apenas ocho años de edad con una
experiencia que marcó su corazón y estableció este pensamiento: “Soy fiel
creyente de que si yo quiero algo tengo que trabajar por ello” manifestó con firmeza; en
ese momento su objetivo era recolectar dinero para comprar sus anhelados patines
puesto que sus padres no podían obsequiárselos; cuenta que logró venderle
paletas heladas a todos los vecinos, no obstante le faltaba mucho dinero para alcanzar
la meta, nunca desistió, hasta que una tía se los regaló un 24 de diciembre.
Otro
de sus maravillosos recuerdos de infancia es cuando la pequeña Bélgica decide
ser chef, sin miedo al qué dirán; en ese instante le pide a sus padres los
ingredientes y prepara un mousse de harina de trigo con atún especial. El resultado
lo define como un “masaclote”, aunque a todos “supuestamente” les gustó. Un sueño empezó a crecer.
Adolecer en la adolescencia
“Fui
hippie, aún lo soy pero un poco más chic” admite entre carcajadas. La Bélgica
adolescente, rebelde y atea, vestida de negro y colores, oyendo música subterránea,
y rodeada de buenos amigos con los que tomó té, leyó periódicos de todos los
idiomas, y habló de los temas más profundos, fueron los años en los que más
aprendió de amistad.
A
sus cortos 16 años Bélgica pierde a su madre y lo define como “carecer de una
parte del cuerpo”, su orgullo hacia el creador del mundo era inevitable, sin
embargo, la necesidad de creer también lo era, necesidad de alguien que la
acompañara, que la ayudara, que la apoyara. Este triste acontecimiento de su
vida la acercó a su mayor amor, para refugiarse en sus brazos y palabras de consuelo,
Dios.
“Aunque
tu padre y tu madre te dejaran, con todo eso Jehová te recogerá… Eso lo tengo
tatuado en el alma, lo digo y mi corazón se conmueve” dijo tiernamente, con sus
ojos brillantes como las estrellas de la noche.
Allí
obtuvo sus primeros empleos como educadora en un preescolar, luciendo el
talento nato que heredó de su madre y aprendió de su hermano. Ha tenido más de
700 estudiantes –entre esos, yo–.
Pasión, profesión, y arte
Bélgica
afirma que es sumamente observadora y analítica –lo es, lo certifico–
preguntándose cómo podía saber lo que otras personas sentían empezó a
interesarse por la psicología, fue su primera (y más amada) opción desde el
principio, tenía otras profesiones como posibles elegidas, entre ellas Comunicación
Social y Fisiatría.
En
la Universidad Bicentenaria de Aragua realizó su pregrado en psicología, y
estudió gastronomía en la Universidad Central de Venezuela, logrando cumplir
uno de sus sueños de niña.
Bélgica del ahora
A
medida que fue pasando el tiempo, más quehaceres se fueron agregando a la lista
de Bélgica, su carrera, su trabajo, su padre, su hermano, y sus sueños, la batalla
no ha sido fácil para ella, pero su apellido es lo que la identifica, es una guerrera con armadura casi
indestructible.
A
pesar de las pérdidas dolorosas, estas experiencias la han ayudado a encontrarse
a ella misma, reconstruir su esencia, y concentrarse en su vida como psicóloga,
emprendedora, y como mujer valiosa, hermosa y frágil como una copa de vino.
Actualmente,
Bélgica cuenta con su propia “Casita del té” donde vende sus infusiones y
comida hecha por ella misma, donde pone de su creatividad, esfuerzo y amor en
cada detalle y rincón. Cabe destacar que también recorre la ciudad de Maracay
en bicicleta visitando restaurantes o emprendedores que ofrecen buenas comidas
y buenas historias para contar.
“Soy
amante de la buena comida y de las buenas conversaciones” Bélgica Guerrero
“Me veo diciéndole a las multitudes que su
presente no va a determinar su futuro, así me veo” expresó Bélgica con
determinación, el té de nuestras tazas ya se había acabado, aun así la charla
seguía. Replicó dulcemente mientras mostraba una sonrisa que en el futuro se
veía como esposa, madre, dueña de muchas mascotas, con sus pacientes, y atendiendo
un café.
Todos
hemos visto a la Bélgica dura, fuerte, estricta, y superviviente, más allá de eso, hay una mujer tierna, dulce,
amorosa, emocional, con risa en alto volumen, y llantos profundos en el hombro,
dentro de su armadura de guerrera, que muchos vemos casi indestructible, a pesar del viento y la marea, hay
un tallo creciendo, y un capullo a punto de florecer.
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